Pocas veces me sucede empezar una novela
sin la menor idea de su contenido, y es una de las mejores sensaciones que se
pueden experimentar como lector. De La
condición humana solo conocía su lugar en la primera división de la
narrativa del siglo XX, por así decirlo, y que era el título más representativo
de André Malraux.
Fue sorprendente descubrir que se desarrollaba en la China, y en unas
circunstancias históricas que me eran prácticamente desconocidas, con el
enfrentamiento entre el partido comunista y el Kuomintang, en 1927. El arranque
resultaba además bastante misterioso, ya que nos sitúa, muy
cinematográficamente, ante una situación límite de la que no se nos dan
antecedentes: un tipo a punto de asesinar a otro que duerme en una cama con
dosel. Las reflexiones del asesino dan la pauta de lo que será la novela: un
gran interrogante sobre la vida y la muerte con el trasfondo de uno de tantos
momentos azarosos de la historia del pasado siglo. Unos tipos que ponen su vida
al tablero por un ideal político sin tener idea de qué puede suceder cuando les
den mate, lo cual acaba sucediendo en el caso de los más arriscados. Estos
conviven con los que prefieren pasar por la historia sacando el máximo partido
material y arriesgando lo menos posible, pero para estos tampoco hay
tranquilidad espiritual.
No es, por tanto, una historia de buenos
y malos, a pesar de que a los comunistas les toque bailar con la más fea y
acabar reprimidos brutalmente. Malraux forma parte, más que
del partido comunista, de lo que René Albères llamó cultura
de la acción, por lo que son los personajes que se
juegan la vida los que resultan más justificados en medio de un mundo de
inseguridades.
Jesús LCL
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